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domingo, 6 de abril de 2014

MISAS CONVENTUALES: GÉNESIS DEL CONCEPTO SOBRE UNA MANIFESTACIÓN MALIGNA DE LA ENFERMEDAD BUROCRÁTICA, E IDEA SOMERA DE SU TRATAMIENTO






Las “misas conventuales”, la utilización puramente ritual de las reuniones de los órganos de deliberación y decisión es una de las manifestaciones más agudas, y al mismo tiempo menos discutida de la malignidad de la enfermedad burocrática en los partidos.

La verdad que a mí mismo me ha costado darme cuenta de la gravedad de este síntoma. Han sido tres años en los que han jugado un papel importante para llegar al diagnóstico y tratamiento actual, cuatro hitos relevantes

A la primera persona a la que oí utilizar la palabra “misa” para referirse con intención crítica  a algunas reuniones a la que asistíamos, él como participante y yo como observador, fue a un primer secretario de una agrupación en Barcelona. Efectivamente, esas reuniones eran rituales con muy poca producción práctica.

Después fue un ejecutivo de Valencia, quien en un lenguaje entre cínico y  desencantado, me explicó el juego de estos rituales en reuniones de ejecutivas, comités y asambleas como instrumento defensivo de unas ejecutivas que no pueden/ saben/ quieren dirigir.

El año pasado, en un viaje familiar a Lima, visité con algunos directivos la sede central del APRA. En un edificio de los años 30 que bien parecía, en cierta manera un convento, mis amigos se quejaban de que la mayoría de sus colegas preferían “oficiar misas en el convento” que trabajar con los votantes.

Y recientemente, con estas ideas en la cabeza, he presenciado una asamblea y discutido, con dirigentes que quieren mejorar las cosas, la ejecución de reuniones de ejecutivas, comités y asambleas de distrito.

En esta asamblea conté con que 600 horas/persona (2 horas de 300 personas) no habían servido para nada práctico, según reconocían también sus organizadores.




Si el tiempo que se emplea en estas “misas conventuales” se empleara en decidir cómo identificar y acompañar votantes y en cómo entrenar activistas para hacerlo, se estaría contando con los recursos para conseguir la sostenibilidad de los resultados políticos.

La cuestión radica en la voluntad y el entrenamiento adecuado para dirigir, de los dirigentes. Han de ser capaces de conseguir metas consensuadas – incluyendo siempre en ellas los resultados políticos, sin los que el partido se verá abocado a la inoperancia que se ve en algunos sitios -, definir y acordar tarea eficaz para alcanzarlos, y poner en práctica un sistema de entrenamiento de activistas y dirigentes, que sustituya malas por buenas prácticas.

Y con esa voluntad y entrenamiento acometer la tarea de dotar de contenido práctico las reuniones: definición de problemas que requieren atención pública, mociones a presentar por el grupo municipal en el ayuntamiento y acciones directas para apoyarlas, evaluación de la situación con respecto a resultados políticos y su evolucíón – votos, fondos y voluntarios-, identificación y acompañamiento de votantes y sus líderes, posiciones del órgano con respecto a problemas políticos de su competencia.




Intencionadamente he eludido hablar de las malas prácticas que ahora impiden hacer esto, y de los discursos, debates y enfrentamientos que ocupan ese tiempo, perdido para la dirección política consciente. Entiendo que cualquiera interesado en lo que aquí llamo la atención, conoce todo ello. Su reto es arriesgarse “meter mano”, y abandonar sus propias malas prácticas.


Partidos y agrupaciones locales que van bien, tienen unas prácticas mucho más productivas en sus reuniones.

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